Nos dirigíamos a la siguiente garita, ambos íbamos en silencio en ese momento... en una oreja un auricular, escuchando la misma emisora de nuestras pequeñas radios... escuchando la misma canción, rodeados de noche y viendo la Luna llena. Mientras nuestros pasos nos conducían a otra caseta donde fichar en nuestra ronda, teníamos establecida la hora a la que registrar nuestra llegada. Compartíamos quehacer, mientras la noche daba pasos hacia la salida del Sol por el Este, y nosotros avanzábamos en nuestra amistad, en nuestra hermandad, en nuestra conexión. Nos unía una energía invisible e indivisible que a día de hoy me tiene unificado en mente y corazón con aquel furriel circunstancial. El frío del rocío traspasaba el tres cuartos que formaba parte de nuestras pertenencias como soldados del octavo reemplazo del 88. Ya en el destino pertinente, esperamos la hora justa para poder dejar constancia de nuestra llegada. Nuestra conversación rompía el negro de la noche y dibujaba sonrisas en nuestros rostros… nuestras miradas se entrecruzaban buscando ese lazo que sabíamos nunca se perdería, pero que en cuestión de tiempo tomaría una distancia inevitable. Mientras… “the whole of the moon” iba latiendo sus últimas notas en el auricular de aquellas pequeñas radios, como presagiando ese destino marcado en el tiempo… y marcando a fuego en nuestros corazones, aquellos momentos irrepetibles.
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