- Ven conmigo…
Me dijo mi padre con una sonrisa dibujada en su cara.
Faltaban semanas para Semana Santa y Pascua, y como todos los años desde que recordaba, mi madre iba secando longanizas para esa fecha. Eran unos días divertidos para nosotros los niños y niñas. En esos días, pintábamos huevos cocidos con acuarelas, colores, haciendo dibujos decorándolos. Poníamos en la mochila lo típico para esas fechas, sobre todo no debía faltar en ella la mona, las longanizas de Pascua y chocolate, la lechuga y la sal. Pero todavía no eran esos días y esa sugerencia de mi padre me tenía intrigado. Iba detrás de él dirección a la calle, y ya en ella me dijo que subiera detrás de la torrot de 49 c.c. - (me encantaba aquella motocicleta, recuerdo pasar suavemente con la uña por el embellecedor de goma que tenía el depósito de la gasolina, con un dibujo geométrico en relieve) -. Ya sentado detrás, bien agarrado a la cintura de mi padre, íbamos por el campo sin saber cuál era el destino al que me llevaba. Llegamos a un paraje cerca de río Albaida, y fuimos directos a un cañar donde había pequeñas cañas secas; cortó unas cuantas y me las dio. Volvimos a casa y ya allí, cogió hilo de palomar y saco la cartulina en la que estuvo días atrás pintando a Epí y Blas con sus pinturas acrílicas – (nunca dejo que las utilizara para mis dibujos, argumentando siempre que no eran para niños) -. Con todos aquellos materiales y con sus buenas manos para las manualidades y dibujo, poco a poco fue construyendo ante mi asombro un fantástico “cachirulo” de forma octagonal. El dibujo quedo centrado y era maravilloso tener aquel artefacto volador único.
- Ahora falta hacerle la cola para que pueda planear sin caerse, y eso tiene su complicación…
No entendía que quería decir y pensé que exageraba – (total, solo es una tira de plástico y punto) –, pensé inocentemente... jajajaja.
- Mañana iremos a un sitio despejado de árboles e intentaremos hacerlo volar y tantear la cola.
Aquella noche se me hizo eterna, parecía que los minutos no pasaban y cosa poco habitual en mí, me levante con la emoción de ver volar nuestro “cachirulo” tan solo percibir la primera luz del día por mi ventana… mucho antes que mis padres, jajajaja.
Ya en el descampado, todo fue sobre ruedas, aunque fue cierto aquello de que ponerle el peso correcto a la cola para que mantuviera el equilibrio en el aire fue algo costoso, pero por fin… podía decir que teníamos “el cachirulo” en condiciones para los días de Pascua. Así ni Pepito, ni el mismísimo Uve, lloraríamos porque “el cachirulo” no se nos empinara, jajajaja...
- la tarara si…
- la tarara no…
- y esta historieta que os cuento, ¡¡¡gruuuuuuuuuuuu!!!, ya se acabó.
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